Revista cristiana Raíces destaca en su edición número 11 la importancia de la palabra

El ser humano se distingue de todos los otros seres vivos por el hecho de “tener palabras”. Gracias a la palabra se construye el pensamiento, se articula el sentido interior y se sale al encuentro de los demás; es decir, la palabra es un medio que articula el ser humano en una red de relaciones y sentidos (logos).
La palabra pertenece a la dimensión
simbólica, es trascendente; por ese motivo, el ser humano se pregunta
por el sentido y de hecho da sentido a sus acciones y expresiones.
La palabra es un medio privilegiado a través del cual los seres humanos nos comunicamos.
La palabra es un medio privilegiado a través del cual los seres humanos nos comunicamos.
La comunicación es mucho más que pasar información. San
Ignacio dice: “el amor consiste en comunicación” (EE 231). Desde ese
sentido, la palabra es creadora en el Génesis: Dios comunica la
existencia al mundo en todas sus dimensiones. Y más aún, en ese mismo
sentido, el Nuevo Testamento atestigua que “la palabra se ha hecho
carne”: Dios mismo se da y comunica con el género humano.
Este número de Raíces está dedicado a reflexionar en torno a “la Palabra de Dios”.
Este número de Raíces está dedicado a reflexionar en torno a “la Palabra de Dios”.
La Palabra no puede ser reducida a una sola mirada ni
atrapada en un solo aspecto, pues ni es totalmente lingüística ni se
comprende únicamente desde lo teológico-espiritual. Por esa razón, las
distintas visiones que los autores nos presentan ofrecen diversas
aristas de un mismo prisma. Partiendo de esta diversidad de
aproximaciones, los artículos vienen presentados y agrupados en tres
vertientes, sin pretender agotar todos sus ángulos.
A la base del prisma encontramos la palabra humana, fuente de significación y comunicación, pero, sobre todo, de donación activa: regalamos palabras y nos regalamos a través de la palabra. Solo en relación, la palabra es palabra dicha y escuchada.
A la base del prisma encontramos la palabra humana, fuente de significación y comunicación, pero, sobre todo, de donación activa: regalamos palabras y nos regalamos a través de la palabra. Solo en relación, la palabra es palabra dicha y escuchada.
El peligro de la palabra humana es quedarse atrapada en ella misma,
pretender explicar todo desde una simple relación entre la palabra y las
cosas, donde todo es relativo, y las palabras se reducen a nombres o
etiquetas, de mera convención o conveniencia. En esta manera de
comprender la palabra, esta pierde su trascendencia; ya no nos remite a
un más. Todo se hace superficial y vacío. La palabra es apertura, capaz
de profundizar más allá de la inmediatez, en busca de la trascendencia,
de aquello que escapa a la mirada superficial. Esto se muestra más
patentemente en la mística y la poesía, pues lo más importante de la
palabra, ¿no es precisamente lo que ella misma no puede decir, lo que
está más allá de ella?
Uno de los lados del prisma nos ofrece la relación entre la Palabra de Dios, historia y tradición, que nos permite su comprensión a través del paso de los siglos.
Uno de los lados del prisma nos ofrece la relación entre la Palabra de Dios, historia y tradición, que nos permite su comprensión a través del paso de los siglos.
La palabra del Eterno es audible en las coordenadas
espacio-temporales, es decir, en contextos concretos, y es paradójico
que se haga accesible para nosotros en palabras humanas solo en el
devenir histórico, en el tiempo. En estas condiciones, la Palabra debe
ser actualizada por medio de la interpretación, y toda interpretación es
un ejercicio esforzado de aprehender el sentido literal y espiritual
que se dona en ella. Al mismo tiempo, de la Palabra emana la vida de la
Iglesia, en particular, la otra gran dimensión simbólica-sagrada que es
la vida sacramental. Sacramento y Palabra son dos fuentes y fundamentos
que avivan y alimentan la vida interior de la Iglesia.
Un tercer lado del prisma es la Palabra, como anuncio y oración.
Un tercer lado del prisma es la Palabra, como anuncio y oración.
La
Sagrada Escritura es el fundamento de la oración cristiana y a través de
la misma oración ella se actualiza en la vida concreta del creyente,
por eso la actitud de todo orante se asemeja a la de Samuel con petición
de disposición a la escucha: ¡habla Señor que tu siervo escucha! (1 Sam
3, 9). La Palabra provoca en el creyente una especie de olfato
espiritual que lo capacita para comprender que la historia de salvación
—de la creación al misterio pascual— está atravesada por la Palabra:
fuimos creados por medio de la Palabra y redimidos por ella.
Los artículos presentados en este número son una invitación a dialogar sobre el don de la Palabra y la necesidad de volver a ella, una y otra vez. La familiaridad con la Palabra de Dios es la fuerza que vitaliza todo el accionar pastoral de la Iglesia que peregrina, ora, misiona y se compromete. El pensamiento cristiano, en cuanto reflexión que procura hacer vida la Palabra de Dios, es un modo de mirar la realidad y de comprometerse en su transformación; por esta razón, el próximo número de Raíces estará dedicado al compromiso social.
De cuidado
A la base del prisma encontramos la palabra humana, fuente de significación y comunicación, pero, sobre todo, de donación activa: regalamos palabras y nos regalamos a través de la palabra. Solo en relación, la palabra es palabra dicha y escuchada. El peligro de la palabra es quedarse atrapada en ella misma, pretender explicar todo desde una simple relación entre la palabra y las cosas, donde todo es relativo…
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