Ese Gazcue que molesta en el zapato
Queremos eliminar a Gazcue y convertirla en Gascue. Nos es un simple
asunto de cambio de una letra sino de un interés particular. Uno se ha
cansado de estudiar, inventariar, escoger, proteger, normar, divulgar,
alertar, atender, denunciar, rechazar, motivar y todos los verbos
posibles para que se mantenga el espíritu de uno de los vecindarios más
impresionantes que tuvo esta ciudad en el siglo XX.
Ya sabemos
que hubo una etapa de nuestra historia urbana, cuando llegó el
desarrollo mercantilista al país y comenzó a crecer la economía, en que
surgió un grupo de ciudadanos con mayores recursos para ocupar la franja
oeste de la vieja ciudad y conformar un territorio lleno de
arquitectura distinta, diseñada por arquitectos locales y extranjeros,
con esa diversidad propia del Caribe.
Allí hubo de todo:
bungalows; casas de madera sobre una base que las elevaba del suelo y
obligaba a disponer de una escalera frontal que servía de ritual para la
llegada de visitantes, casas con aquellos detalles neoclásicos, con su
catálogo de aditamentos decorativos propios del naturalismo, del
clasicismo, del gusto por el ornamento; viviendas con sabor hispánico,
con sus volúmenes blancos y sus techos a varias aguas de tejas de barro
rojas, con sus marquesinas y sus jardines; inmuebles modernos que se
acercaban al vocabulario purista del movimiento europeo que le dio la
vuelta al mundo, con sus paredes limpias, sus volúmenes cubistas, sus
variaciones locales y sus arcos de atrevidas formas y el cuidado en la
disposición de las ventanas y puertas; casas señoriales que ocupaban un
amplio lote lleno de árboles y jardines bien cuidados; también los
primeros apartamentos, de tres pisos, de cuatro, con su lobby car y sus
balcones en vuelo o incrustados en el cuerpo unitario del edificio; y
algunos edificios públicos que fueron conformando un pequeño conjunto de
arquitectura gubernamental de variados usos.
Todo
esto en una gran zona que parecía infinita, diversa en su vocabulario
arquitectónico, homogénea en su integración con el verde, con la
convivencia pacífica y con el orgullo de formar parte de un sector con
esos detalles ambientales propios de su época.
Con el paso de los años surgieron fisuras que anunciaron
rompimientos importantes: llegaron usos distintos para las casas
originales (clínicas, oficinas privadas, comercios improvisados,
servicios de todo tipo) y el Estado, sin tener conciencia de lo que
hacía, amplió su radio de acción con la adquisición de inmuebles para
colocar dependencias y oficinas. Llegó el ruido y la avalancha de los
carros en busca de estacionamientos, la apropiación de los lugares que
antes eran el nervio principal de todo un sector para ocuparlos sin un
poco de respeto a su dignidad. Y surgió la emigración hacia otros puntos
nuevos de la ciudad, familias completas que andaban buscando
comodidades y escenarios que ya Gazcue no podía ofrecer.
Y
llegaron otros grupos a establecer marcas que desmontaron, en poco
tiempo, lo que todo un siglo había conformado. Y llegó el desarrollo
inmobiliario, tan necesario como preocupante, con sus recetas de
ocupación y su estandarte de progreso, de cambio y de “hay que ver al
futuro siempre”. Y se formaron grupos de defensa y demandantes de normas
y prohibiciones, se publicaron artículos, ensayos, libros y se hicieron
muchos talleres, seminarios y congresos.
Al ver ahora las
características de aquél Gazcue que se diluye cada día uno se pregunta
¿dónde está ese Gazcue que tanto evocamos? ¿qué se puede hacer en Gazcue
para “preservarlo”? ¿vale la pena mantener una lucha que parece ya
perdida? Entonces ya Gazcue será el Gascue que el mercado aspira e
impone y nosotros celebraremos, en ese escenario de avance y armonía
prometido para todos, ese nuevo Gascue tan parecido a nada, tan
impersonal como el que más, tan vacío de señales referenciales y tan
irreverente, que nos permitirá, de una vez por todas, seguir
descubriendo en otras ciudades cercanas esos enclaves tan particulares
que nos sirven para las fotos, para los encuentros memorables, para el
goce pleno de la vida, mientras alguien dirá, como si nada, “qué
maravilla, qué bien conservado está esto, ¿y por qué nosotros no tenemos
un lugar así en nuestra ciudad?”.
* Enrique Delmonte Soñé es arquitecto y escritor.
CREDITOS A DIARIO LIBRE.
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