Los “biohackers” empujan los límites del cuerpo humano
Con un escalpelo, Vladislav Zaitsev hace una incisión entre el dedo
índice y el pulgar del paciente e introduce un pequeño cilindro de
vidrio: un chip subcutáneo que le permitirá abrir la puerta de su
oficina.
“Decidí hacerlo hace mucho tiempo”, cuenta con una
sonrisa el paciente, Alexéi Rautkin, un programador informático de 24
años. “Es práctico y de alguna manera es algo único: nadie más lo
tiene”.
Vladislav Zaitsev y Alexéi Rautkin forman parte de los
adeptos rusos del “biohacking”, un movimiento iniciado en Silicon Valley
que consiste en “mejorar” el cuerpo humano introduciendo dispositivos.
Unos
se implantan artefactos tecnológicos para facilitarse la vida, otros
imponen al cuerpo un control exhaustivo con la esperanza de vivir más
tiempo y algunos optan por la terapia génica.
Todavía son pocos
en Rusia, pero los foros de internet, las conferencias y las empresas
especializadas en el tema se están multiplicando.
Vladislav
Zaitsev, un programador de 28 años, aprendió de forma autodidacta a
implantar chips en el cuerpo humano, tras no conseguir terminar la
carrera de medicina.
En 2015 captó la atención internacional al
implantarse el chip de su tarjeta del metro de Moscú. Para conseguirlo
diluyó la tarjeta en acetona para recuperar el chip, que cubrió con
silicona, antes de introducirlo en el dorso de una mano. Filmó el
procedimiento y lo divulgó en YouTube.
El disco, algo más pequeño
que una moneda de cinco céntimos de euro, todavía se ve pero ha dejado
de funcionar como tal: Zaitsev lo ha reprogramado con los datos de su
tarjeta bancaria. Para divertirse con sus amigos, también se implantó
imanes bajo la punta de los dedos.
“Me gustan las cosas que
tienen un impacto real, como el implante de chips”, explica el joven,
que estima que unos 1.000 rusos cuentan con este tipo de dispositivos.
La
mayoría posee una versión subcutánea de su tarjeta de acceso a la
oficina, algunos se han implantado una brújula que vibra cuando giran
hacia el norte. “Me gusta la idea de ampliar las capacidades del cuerpo
humano”, añade Zaitsev.
En otros países se implantan chips para
hacer arrancar los automóviles, encender los teléfonos, ordenadores o
impresoras, controlar la temperatura y almacenar información médica.
Algunos magos profesionales los usan para las actuaciones. Un mecanismo
que suscita preocupación por el riesgo de vigilancia y piratería.
Algunos
chips han sido aprobados para un uso humano, pero los que utiliza
Zaitsev están destinados a los veterinarios. Son fabricados en Taiwán y
los compra por internet a un precio de 500 rublos (7 euros, 8 dólares).
En
su pequeño apartamento, cobra 2.000 rublos (28 euros, 30 dólares) por
el implante de un chip poco más grande que un grano de arroz. Afirma
haber efectuado unas cincuenta operaciones. El “cliente típico es un
geek”, o sea una persona fascinada por lo último en tecnología, agrega.
“La mayoría son hombres de 35 años o menos”.


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