Hambre, indiferencia y muerte: la cuarentena para las prostitutas
Lima.– Burlar la cuarentena para buscar
clientes en la calle o respetarla y quedarse sin dinero para comer,
medicarse y pagar el alquiler. En esa encrucijada están las trabajadoras
sexuales de Lima, que se han visto empujadas a pedir ayuda y hacer
ollas comunes para esquivar el hambre.
Este martes se conmemora el Día Internacional del Trabajo Sexual,
pero después de dos meses y medio de confinamiento y todavía con un mes
más por delante, la situación de las prostitutas que ejercen en las
calles de la capital peruana es más precaria y agónica que nunca.
VIDA Y MUERTE
La cuarentena se ha vuelto una cuestión de supervivencia para ellas.
Once han muerto desde que comenzó la emergencia, dejando niños
huérfanos. Tres con COVID-19 y las otras por causas como “el hambre y la
falta de atención médica”, según contó a Efe Leida Portal, presidenta
de la Asociación de Trabajadoras Sexuales Miluska Vida y Dignidad y
fundadora de la Plataforma Latinoamericana de Personas que Ejercen el
Trabajo Sexual (PLAPERTS).
“El dolor es de todas. Sufrimos cada pérdida porque no sabemos cuándo
nos va a tocar a nosotras. Estamos en un péndulo”, dice Portal en la
habitación de su compañera Lidia, mientras cocinan setenta raciones de
estofado de pollo para repartir a las trabajadoras sexuales del centro
antiguo de Lima.
“Jamás pensamos que las putas íbamos a hacer ollas comunes entre todas y tocando de puerta en puerta para que nos ayuden con un poco de comida”, dijo compungida la líder de la asociación, que agrupa a más de 1.100 mujeres de Lima y está amparada por el Fondo Paraguas Rojo, la mayor organización mundial de apoyo a trabajadoras sexuales.
“Jamás pensamos que las putas íbamos a hacer ollas comunes entre todas y tocando de puerta en puerta para que nos ayuden con un poco de comida”, dijo compungida la líder de la asociación, que agrupa a más de 1.100 mujeres de Lima y está amparada por el Fondo Paraguas Rojo, la mayor organización mundial de apoyo a trabajadoras sexuales.
POLÍTICOS DAN LA ESPALDA
También han respondido a la llamada de auxilio algunas de las
organizaciones feministas más importantes del país como “Manuela Ramos” y
“Flora Tristán”, lo que ha servido para alimentarlas al menos tres
veces por semana e incluso para pagar los ataúdes de las fallecidas.
No hubo tanto éxito con congresistas que sí las buscaban en la
campaña electoral para pedirles el voto. “A veces la indiferencia te
mata. Ahora nos cuelgan el teléfono. No son solidarios. Somos miles de
putas en Perú pero nuestro voto es invisible”, afirmó Portal.
“El Gobierno dice que no salgamos y, es cierto, hay que respetar el
decreto de emergencia, pero… ¿Quién respeta la salud de mis compañeras?
¿Quién respeta el hambre de sus hijos? Nadie lo respeta”, comentó
Portal.
MULTAS ELEVADAS
Seguir ejerciendo el trabajo sexual se ha vuelto más complicado que
nunca. Con los toques de queda nocturnos solo pueden trabajar durante el
día y aún más bajo la lupa de la Policía. “Si antes teníamos violencia,
discriminación y extorsión contra nosotras, ahora es peor. Ahora no
tenemos derechos”, añadió.
Durante el confinamiento algunos hostales han funcionado como
prostíbulos clandestinos intervenidos por la Policía en distintas
redadas. A las trabajadoras detenidas les obligan a pasar un test de
COVID-19 en una clínica privada que cuesta 300 soles (87,5 dólares) y
una multa de 380 soles (111 dólares) por violar la cuarentena.
“La semana pasada teníamos doce chicas detenidas. Eran 8.000 soles
(2.335 dólares). ¿De dónde sacamos? No tenemos fondos. Hemos tenido que
llamar a sus familias para que colaborasen pero la respuesta de la
mayoría es el rechazo”, lamentó Portal.
“No tenemos calma ni sosiego. Cada día nos levantamos y le pedimos a
Dios que nos haga invisibles ante la Policía y visibles ante el
Gobierno, porque no tenemos medicamentos ni atención”, reiteró Portal.
El DAÑO DE LA INDIFERENCIA
A la gran mayoría no les ha tocado las subvenciones que el Gobierno
peruano distribuyó para los hogares más pobres del país, pero lo peor
para Portal es “la indiferencia” hacia sus compañeras, de la que ha sido
testigo directa.
No puede olvidar cómo una compañera suya con COVID-19 murió esperando una cama y un tanque de oxígeno.
“Se estaba ahogando y no la atendieron. Cuando vieron que falleció,
ya no necesitaba nada. Ya descansó. Duele correr a apoyar a una
compañera que está agonizando y, por más que los médicos quieran hacer
algo, no pueden porque no tienen camas, no hay oxígeno, no hay
medicamentos… no hay nada”, relató.
UN CADÁVER ANÓNIMO EN EL HOSPITAL
También experimentó de primera mano el limbo en el que puede quedar
el cuerpo de una trabajadora sexual fallecida en un hospital. Sin ningún
familiar que lo reclame, han tenido que esperar hasta tres días para
poder sacarlo y llevarlo a cremar. La bolsa del cuerpo carecía de
etiqueta que lo identificase.
“No sabes lo que es tener que enterrar a tus compañeras con la que has reído, y de repente ya no está. No hay otra cosa más que hacer que tomar nuestras lágrimas como vino seco”, dijo, resignada.
“No sabes lo que es tener que enterrar a tus compañeras con la que has reído, y de repente ya no está. No hay otra cosa más que hacer que tomar nuestras lágrimas como vino seco”, dijo, resignada.
Ahí interviene Lidia, una vez que ha dejado listas todas las
raciones, y recuerda que durante esta emergencia hay tres chicas que han
dado a luz, algunas con partos por cesárea. A otra que no la quisieron
atender y terminó con su bebé muerto dentro su vientre.
VIVIR DÍA A DÍA
Son las doce del mediodía y comienzan a llegar puntuales a la cita las primeras mujeres para recoger sus bolsas con el menú, compuesto por una sopa, chicha morada como refresco y el plato principal.
Son las doce del mediodía y comienzan a llegar puntuales a la cita las primeras mujeres para recoger sus bolsas con el menú, compuesto por una sopa, chicha morada como refresco y el plato principal.
Con escrupuloso orden y distanciamiento social, hacen cola a las
puertas de la decadente quinta donde vive Lidia, una antigua casona
convertida en un tugurio con decenas de cuartos y dos pisos comunicados
por una carcomida escalera de madera que las chicas suben de una en una
para evitar que se acabe rompiendo.
“Ahora (la cuarentena) va por un mes más. ¿Qué vamos a hacer con los
niños? Porque se nos van a morir. Nuestras compañeras se van a ir. Las
hay con tuberculosis y VIH. ¿Qué les puedo decir? ¿Que no tengan hambre y
que no salgan? No les puedo decir eso. Solo tratar de darles un poco de
comida”, concluyó Portal.


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