COVID-19: “¿Voy a mi ejecución?” El largo día de un médico
PARMA, Italia— Era el 7 de marzo por la tarde. El
doctor Giovanni Passeri acababa de volver a casa desde el hospital
Maggiore, donde trabaja como internista, cuando le llamaron de urgencia
para que volviera a trabajar. Su unidad hospitalaria iba a admitir su
primer caso de COVID-19.
Passeri, de 56 años, recuerda que cuando manejaba de vuelta al
hospital por las calles arboladas de Parma, pensaba: “¿Estoy yendo ahora
a mi ejecución?”.
Entre los más de 21.000 muertos por coronavirus en Italia había
decenas de médicos, incluido un compañero del hospital Passeri, situado
en una de las provincias norteñas más afectadas de Italia.
Desde esa tarde hace más de un mes, Passeri ha trabajado todos los
días. Desde la noche del 7 de abril a la mañana del 9 de abril, el
fotógrafo de Associated Press Domenico Stinellis documentó su noche y su
día, desde un tenso turno de 12 horas a su trastocada rutina doméstica
con su esposa y su hijo de 10 años.
En su apartamento, duerme sólo en un altillo convertido a toda prisa
en dormitorio, para impedir que contagie el virus a su esposa. La
primera vez que su hijo, Francesco, llegó corriendo para abrazarle al
llegar a casa después de atender a pacientes de coronavirus, el médico
se quedó rígido. Eso ya no es seguro, tuvo que decir.
Ahora, cuando siente que Francesco está bajo demasiada presión emocional, juegan a las cartas. Los dos llevan mascarilla.
De vuelta al trabajo, hay coloridos dibujos pegados a la puerta
delantera del pabellón hospitalario para subir la moral. Uno dice “A
todos los guerreros, gracias”. Pero la moral puede escasear. Passeri no
puede olvidar la mirada de sus pacientes cuando boquean por falta de
aire.
Como el mundo ya sabe, el COVID-19 puede ser devastador. La
enfermedad causa síntomas entre leves y moderados en muchos de los
infectados, pero también puede matar o provocar complicaciones
peligrosas como la neumonía. Más de 137.000 personas han muerto por el
nuevo coronavirus en todo el mundo, según un conteo de la Universidad
Johns Hopkins que según los expertos se queda corto casi con certeza.
En esta jornada, la unidad de Passeri tiene 32 de los 450 pacientes
de COVID-19 en el hospital. Con una mano enguantada toca la mano desnuda
de un paciente octogenario. El silbido del oxígeno hace imposible que
otro paciente anciano oiga lo que dice Passeri, de modo que el médico
escribe la actualización sobre el estado del hombre y se la muestra para
que la lea.
En un escritorio hay cajas de cartón con sobres de datos médicos. En
dos cajas pone “dados de alta”. La tercera dice “fallecidos”.
Mascarilla, gafas protectoras, varios pares de guantes, tres capas de
ropa de protección, fundas en los pies. Al final de su turno, Passeri
se lo quita todo en una coreografiada ensayada y deliberada para
asegurar que nada contaminado por el virus toca su piel. La ducha que se
dará en casa será un bienvenido alivio.
Por la noche se tumba en su cuarto de “aislamiento” con un libro, y
después duerme algo antes de volver al hospital y sumarse una vez más a
los otros médicos guerreros.
<< Página Principal