Restricciones abren nuevos cauces a la migración clandestina
De madrugada, arropándose con la oscuridad para no ser atrapados,
salen hombres y mujeres de Miches, Sabana de la Mar, de cualquier zona
costera dominicana, pretendiendo burlar la estricta vigilancia, romper
los candados que en tiempos de globalización se arrecian y multiplican
en los deslumbrantes portales de bienestar de los países ricos.
Con las estrictas restricciones migratorias, la ilegalidad se abre caminos. El tráfico de indocumentados busca nuevos pasos fronterizos, que se suman a los viajes marítimos clandestinos, espeluznante e ignominiosa dimensión del éxodo en República Dominicana, expresión de la indiferencia de los gobernantes y la sociedad ante las muertes, los dramáticos naufragios.
Con las estrictas restricciones migratorias, la ilegalidad se abre caminos. El tráfico de indocumentados busca nuevos pasos fronterizos, que se suman a los viajes marítimos clandestinos, espeluznante e ignominiosa dimensión del éxodo en República Dominicana, expresión de la indiferencia de los gobernantes y la sociedad ante las muertes, los dramáticos naufragios.
Hombres y mujeres prefieren arriesgar la vida a seguir viviendo en las condiciones actuales, y se lanzan a la aventura aunque sean victimizados, ajenos a las políticas y prácticas de criminalización a que se exponen migrantes de baja calificación en Estados Unidos y otros destinos.
Son insospechados los periplos seguidos, sus traumáticas experiencias por la traición y abandono de los jefes de viajes, terminando muchas veces en deportación y endeudamiento.
Otras rutas. En vez de aminorarlos, el contexto represivo mundial fomenta la propensión migratoria, el crimen organizado transnacional, robustece la tendencia a ampliar rutas, diversificar destinos.
Migrantes experimentan vivencias inimaginables para llegar a Centroamérica, viajan en avión a Ecuador, pasan por Colombia y Panamá hasta arribar a México y cruzar la frontera con EU. En Colombia han sido detenidos dominicanos al transitar por la carretera Panamericana con destino al Golfo de Urabá y continuar hacia Centroamérica. De Ecuador otros siguen en autobús a Perú, una de las entradas a Sudamérica para iniciar un largo trayecto hacia la frontera chilena.
Desde que Chile exigiera a los dominicanos en 2012 una visa de turismo creció el ingreso ilegal a ese país. Unos lo logran, otros son taimados por redes criminales que les prometen trabajo, pero los dejan en la frontera y tienen que cruzar a pie un desierto minado. Otra vía hacia Chile es la zona fronteriza con Argentina, corredor para dominicanos radicados en ese país que se huyen de la crisis económica.
Viajes en yola. La pobreza los lanza al mar, cementerio de sueños sepultados junto a los cuerpos de hombres y mujeres ahogados en naufragios de frágiles embarcaciones en las que furtivamente salen a pescar ilusiones, en busca de un medio vida que les depare la existencia decorosa que su país les niega.
Obnubilados por la necesidad y la euforia ante la perspectiva de un cambio favorable, emprenden la peligrosa travesía sin que los retenga el miedo, las catásfrofes como la que en 2012 dejó 52 cadáveres en altamar, al zozobrar una yola en la bahía de Samaná con más de 70 tripulantes.
Mas, la ilusión que los impulsa suele terminar en tragedia, no sólo por la amenaza de perder la vida en el paso por el Canal de la Mona, también al ser engañados en su trayecto hacia Puerto Rico y otras islas caribeñas.
La migración ilegal, a la que apelan los sectores de bajos recursos,
se intensificó con la internacionalización de esta ruta de tránsito,
utilizando los viajes desde costas dominicanas personas de varias
nacionalidades, cubanos, chinos, haitianos, entre otros.
Sus organizadores criollos mantienen conexiones internacionales con poderos grupos mafiosos, operan en el Este y Nordeste del país, ampliando su radio acción hacia el Sur, como la provincia Peravia. Utilizan documentos con falsas identidades. Los traficados, entre ellos campesinos, obtienen el dinero vendiendo una parcela, su casa o con préstamos. Miles no tienen acceso, se requieren medios económicos, contactos en el país de destino.
Una y otra vez denuncian la complicidad de las autoridades, el Estado
dominicano no cumple su responsabilidad de prevención y vigilancia
costera. Con frecuencia aflora la connivencia entre jefes de puestos
marítimos y organizadores de viajes. Reincidentes en el delito son
sorprendidos en libertad pese a estar bajo medidas de coerción.
La permisividad e incremento de la emigración ilegal revela, por igual, la ineptitud de la élite política y económica nacional no sólo para evitar los trágicos naufragios, también para crear las condiciones y oportunidades que garanticen empleo, salud y educación.
Trata de personas. Los desplazamientos que engarzan ilegalidades cobran auge, aumenta el tráfico humano y trata, sostenidos en redes internacionales, en una poderosa “industria” en la que RD ocupa uno de los primeros lugares en América Latina.
Dada su ubicación estratégica, RD sirve de tránsito, en su territorio operan bandas del crimen organizado, con nexos en Curazao, Guadalupe, Panamá, Colombia, Costa Rica, Argentina, Brasil, Australia y Medio Oriente, Italia, Holanda, Austria y otros países.
La ilusión de emigrar suele resulta en abusos, violación de derechos contra mujeres y menores de edad, víctimas de trata laboral y sexual. Traficantes los conducen por rutas de contrabando, algunas asociadas al tráfico de drogas, a crímenes de alta peligrosidad.
Las despojan de documentos y obligan a trabajos forzados, sexuales o domésticos, a encierros en casas y burdeles, nuevas formas de esclavitud que entrañan explotación, violencia.
<< Página Principal