Disturbios en Latinoamérica, recuerdo inquietante de las Juntas
La inestabilidad en América Latina ha vuelto a centrar la atención pública en los militares de la región.
Los acontecimientos recientes en Bolivia, Ecuador y Chile reflejan un gran cambio en la región, que está poniendo a prueba a los militares, la policía y Gobiernos. Los ciudadanos, cansados de la austeridad y sintiéndose abandonados, se están desahogando saliendo a las calles, enfrentándose a la policía y prendiendo fuego a edificios. Han atacado infraestructura nacional clave, como campos petroleros.
Los acontecimientos recientes en Bolivia, Ecuador y Chile reflejan un gran cambio en la región, que está poniendo a prueba a los militares, la policía y Gobiernos. Los ciudadanos, cansados de la austeridad y sintiéndose abandonados, se están desahogando saliendo a las calles, enfrentándose a la policía y prendiendo fuego a edificios. Han atacado infraestructura nacional clave, como campos petroleros.
Los líderes políticos se enfrentan a movimientos que se han
transformado en numerosas demandas, a veces de grupos distintos. En el
caso de Bolivia, Evo Morales, el líder con más tiempo en el poder de
Sudamérica, no pudo controlar la situación después de unas elecciones
polémicas, y terminó huyendo a México.
Estas
semanas de descontento han centrado la atención en los cuerpos
militares. Los jefes del Ejército tienen un interés particular en
ciertos líderes o ciertos resultados.
Pero en una región con recuerdos oscuros de dictaduras también hay
peligros en recurrir al Ejército. Ante el comportamiento violento de los
manifestantes, los soldados se despliegan en situaciones para las que
no están preparados o entrenados, pero donde también tienen mejores
armas que la policía, lo que los lleva a tomas medidas excesivas.
Rocío San Miguel, presidenta del grupo Control Ciudadano, de
Venezuela, dice que la participación de las fuerzas militares en el
control de los disturbios sociales tiene que ser la excepción, para
situaciones específicamente previstas por la ley, y no una norma como
está sucediendo cada vez más en América Latina.
“En América Latina vivimos con el fantasma de las terribles
violaciones cometidas contra los derechos humanos dentro del marco de la
seguridad nacional, en el que se estableció un enemigo interno por
razones políticas”, señaló San Miguel.
Para algunos, la actuación del Ejército boliviano (su jefe pidió
públicamente a Morales que renunciara) fue un recordatorio de los años
1960 a 1980, cuando los golpes de Estado resultaron en brutales
dictaduras de derecha, desde Buenos Aires a Brasilia.
Y la salida de Morales no ha logrado frenar la crisis. Los
enfrentamientos se intensificaron el viernes y los medios locales
informaron que las fuerzas de seguridad provocaron la muerte de al menos
cinco personas que protestaban contra el Gobierno interino de Jeanine
Áñez.
El año pasado, la confianza en las fuerzas armadas en toda la región
era alta. Tras años de crecimiento decepcionante y cansancio por la
corrupción endémica, la confianza en los políticos ha disminuido. Por el
contrario, en casi todas partes, las fuerzas armadas se encuentran
entre las instituciones más respetadas, solo detrás de la Iglesia, según
Latinobarómetro, una encuesta regional de opinión pública.
En los últimos años, a menudo han aparecido tropas para rescatar a
ciudadanos de desastres naturales como deslizamientos de tierra y
terremotos. En países con grandes poblaciones indígenas pobres, las
personas se identifican más con los soldados que con los políticos más
ricos de las principales ciudades.
“Últimamente, se ha llamado a las fuerzas armadas para mantener la
ley y el orden, para limpiar playas, para ayudar con proyectos de
infraestructura”, dijo el general retirado del Ejército brasileño, Paulo
Chagas. “Demuestra que las fuerzas armadas participan y no son
simplemente decorativas”.
Pero al mismo tiempo, no se recomienda, según Chagas. “Primero,
porque genera desgaste de imagen y recursos. En segundo lugar, muestra
una deficiencia en la estructura del Estado.
Craig Deare, profesor de la Universidad de Defensa Nacional en
Washington, que enseña a soldados estadounidenses y extranjeros, dijo
que se estaba utilizando las tropas para funciones policiales básicas,
cuando su entrenamiento es para defensa nacional y guerra, porque la
policía era ineficaz o corrupta.
“Ver una fuerte presencia militar en las calles de alguna manera es
tranquilizador si le preocupa la seguridad”, dijo Deare, quien fue
director sénior de Asuntos del Hemisferio Occidental para el Consejo de
Seguridad Nacional en la Administración Trump durante un breve período.
“Pero cuando se considera el largo plazo, ¿qué significa eso para la
calidad del sistema político que no puede garantizar la paz y la
tranquilidad? Es preocupante”.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, está teniendo cuidado. Pese
a enfrentarse a protestas violentas, envió rápidamente al Ejército de
vuelta a los cuarteles después de las críticas por la muerte de al menos
19 personas, optando por dejar la seguridad en manos de una fuerza
policial abrumada. Sin embargo, ha aparecido en público junto con altos
mandos del Ejército.
En México no se recurre a los militares para calmar disturbios pero
han jugado un papel importante en los diez últimos años contra los
carteles violentos de las drogas.
Argentina es un caso atípico. Su Ejército no es popular y todavía es
criticado por su papel en la dictadura de 1976-83, cuando hubo graves
abusos contra los derechos humanos.
Pero eso no significa que esté a punto de desaparecer. En Venezuela,
Maduro ha dado a sus oficiales el control sobre grandes sectores de la
economía.
Los líderes de la oposición y Estados Unidos han tratado de convencer
a los comandantes de forma individual para que cambien de bando con
ofertas de amnistía. Solo unos cientos respondieron, en su mayoría
tropas de nivel inferior. Aún así, si Maduro perdiera el control de las
fuerzas armadas, tendría dificultades para mantenerse en el poder.
Y a veces, la influencia puede ocultarse bajo la apariencia de una
política respetable. En las últimas elecciones de Brasil, el Ejército se
posicionó con el ex capitán del Ejército Jair Bolsonaro, quien eligió
al general Hamilton Mourão como vicepresidente.
“Es una medida de debilidad política”, dijo Michael Shifter,
presidente del Diálogo Interamericano, un grupo de expertos y profesor
de la Universidad de Georgetown.
“No es una buena señal para la democracia que el Ejército sea el
árbitro”, dijo. “Es un reflejo de la bancarrota de los partidos
políticos y de los líderes que necesitan depender de los militares para
gobernar y permanecer en el poder”.
Oficiales del ejército
Durante los disturbios en Ecuador y Chile los líderes difundieron fotos con oficiales del Ejército. En Venezuela, Nicolás Maduro, se ha aferrado al poder porque la oposición no ha logrado atraer a sus principales oficiales. Y en Perú, el presidente, Martín Vizcarra, posaba con los jefes militares mientras tomaba medidas contra la oposición, que lo llevó a disolver el Parlamento. Los militares también han hecho un esfuerzo por alejarse de la narrativa histórica de las intervenciones armadas.
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