Pareja argentina recorre el mundo junto a sus hijos en 16 años
Tal vez fuera culpa de un abuelo viajero que le hizo crecer pegado a un mapamundi. También influyó la charla que dio en su colegio aquel español que había cruzado el Atlántico en una balsa de troncos.
Sea como fuere, desde que se conocieron de niños, los argentinos Herman Zapp y Candelaria Chovet hablaban de viajes, leían libros de grandes trotamundos y soñaban con emularlos. “Cuando nos casemos”, se decían. Se casaron, pasaron seis años y querían tener hijos. “Con un bebé va a ser imposible”, pensaron. Y pusieron fecha a su salida: el 25 de enero del año 2000.
Ante la incredulidad de familiares y amigos, dejaron sus trabajos de electricista y secretaria, a su perra Lucy, que estaba demasiado vieja para la ruta, cerraron su casa y se pusieron en carretera. “Era nuestro sueño”, responden a dúo en un modesto hotel de Dubái donde han sido invitados por el Festival de Viajerosque desde hace cinco años organiza este emirato.
Lo que no podían ni siquiera imaginar entonces era que, 16 años y 4 hijos después, seguirían recorriendo el mundo en el mismo Graham Paige de 1928 con el que iniciaron su aventura. “La idea inicial era ir hasta Alaska en seis meses”, recuerdan aún sorprendidos. Tampoco sabían que pasado ese tiempo se les acabarían sus ahorros y solo habrían llegado a Ecuador. “No esperábamos que la gente iba a ser tan maravillosa y que íbamos a demorarnos tanto en cada sitio”, señala Herman.
Lo que no podían ni siquiera imaginar entonces era que, 16 años y 4 hijos después, seguirían recorriendo el mundo en el mismo Graham Paige de 1928 con el que iniciaron su aventura .
Lejos de desanimarlos, la falta de dinero agudizó su ingenio. Cande, como su marido la llama cariñosamente, empezó a pintar acuarelas que él enmarcaba y vendía. “No teníamos ninguna experiencia de ello. Aprendimos sobre la marcha”. Descubrieron que a ella le gustaba pintar y a él escribir. Pero, sobre todo, que la gente es muy generosa. “Muchos sienten que al ayudarnos, comparten nuestro sueño”, aseguran. La mayoría de las veces se alojan con familias que les invitan, como la de Carlos, un mexicano que les abrió su casa en aquel primer viaje y que ahora, destinado en Dubái, acude ilusionado al reencuentro.


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