lunes, 9 de marzo de 2015

Cuando ser feliz es un estilo de vida


Por:Manauri Jorge
Para sentirse feliz a ella solo le basta su machete oxidado para cortar la leña del día, café para la visita –si se asoma- y una biblia para invocar a cualquiera de los dioses cristianos. Tiene 74 años con más de 40 enviudada. Sus tres hijos viven en distintas provincias del este, mientras ella prefiere quedarse en su loma de Samaná, por allá por donde los arcoíris casi logran tocarse.
Aunque le preguntes siete veces siete su nombre, su respuesta siempre es firme, emotiva y escueta: “Carmen Trinidad, ¡para servirle! Ni siquiera las arrugas que se multiplican en su rostro pueden borrar el semblante pintado por su ancha sonrisa.
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En lo que llama casa, que es una habitación en madera de quizás tres metros de ancho por cuatro de largo, hay una cama desvencijada, un tanque donde guarda el agua de uso diario, un banco azul desteñido y algunas piezas de ropa colgantes. No tiene nevera, televisión, celular o radio, su única conexión con la “civilización” está al bajar la falda de la loma, donde sus vecinos más cercanos.
Pero no está sola…
Además de Dios, que dice nunca le abandona, tiene tres fieles perros mansos y dormilones: “Negrito”, “Compañero” y “Wandacata”. Definirles la raza sería tan difícil como adivinarles las edades, pero si algo tienen en común es que respetan y cuidan a la mujer que les alimenta. Ella cuenta que cuando se aburre habla con sus animales y con eso se entretiene.
“Yo no necesito la gran cosa; mi esposo antes de morirse me dejó mi fogón y todos los días subo al monte a buscar leña con mi machete. También consigo víveres y frutas para comer. Vivo sola porque mis hijos se fueron cada uno por su lado a trabajar, pero el más pequeño me manda dinero y con eso pago el fiao en el colmado”, contó Carmen.
¿Por qué vivir como ermitaña, en pleno siglo XXI?
“Esto es lo único que me queda: mi rancho. Y aquí es donde debo estar. Si como o no, nadie lo sabe porque no ando chismeando por ahí y tampoco voy mucho a donde los vecinos porque a mí me enseñaron que la mano que da, espera recibir… y como no tengo para dar, pues me quedo aquí. Así me paso los días, tranquila y feliz con lo que tengo”, explicó la servicial señora de ropa ancha y uñas cortas.
En su cocina se ven colgando rulos, guineos, mangos, tamarindo, dos lechosas sobre la mesa, un par de limones que usó en un sancocho improvisado que preparó y, por supuesto, muchos cocos porque Samaná es la principal fuente de exportación de este tipo de frutas, sobre todo para Europa.
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Si a media noche se pone “mala” ya tiene un plan: salir del ranchito con una lámpara y bajar gateando hasta donde pueda, después gritará a sus vecinos y todo le saldrá bien: “Soy una mujer de fe. No tengo religión. Oro todos los días y si usted viene a orarme, no importa si es evangélico, católico, adventista o de cualquier otra. Yo recibo la bendición porque para mí todas son iguales. Total, todas persiguen el mismo dios”.
Insiste en que coma del sancocho que dejó de ingerir para dármelo, pero opté por un coco. Ella fue persistente en que me llevara algo para el viaje de regreso a Santo Domingo, así que tomé otro coco que uno de mis compañeros de viaje terminó por comerlo.
Su patio es extenso y hasta hace unos meses su frente también lo era, pero la civilización tuvo que hacer una carretera en la falda de la loma, lo que provocó que la siembra de Carmen se desmoronara con la primera lluvia en uno de los tantos deslizamientos que ha provocado la construcción de la vía. Ella no es la única afectada por la situación, pero quizás es la que menos recursos tiene para optar por otras fuentes de alimentación.
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Suelo viajar a lomas y montañas en busca de historias especiales, esta fue una lección de vida. Tanto afán por exprimir opulencia y esta mujer solo necesita alimento, techo y fe para ser feliz, o por lo menos es lo que asegura. “Pese a que estoy sola aquí, puedo decir que soy feliz con lo que tengo porque hay gente que tiene menos que yo”, afirmó Trinidad.
Y así bajé de la loma con dos cocos y una experiencia tan ancha como la fe de la mujer que se me perdía a la vista mientras me deseaba suerte para el viaje. Realmente, ¿qué necesitamos para sentirnos conformes? Como diría Ricardo Arjona:  “Lo poco que tengo es tan poco que me hace feliz”.

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