
La enfermedad de Alzheimer (EA) es una patología neurodegenerativa
crónica, progresiva e incurable que representa la forma más común de
demencia, caracterizándose por un deterioro cognitivo gradual que afecta
principalmente memoria, pensamiento, juicio y otras funciones mentales.
La doctora Yesenia Suero, neuróloga de los Centros de
Diagnóstico y Medicina Avanzada y de Conferencias Médicas y Telemedicina
(Cedimat), expresa que, con el objetivo de concienciar sobre la
enfermedad y conocer las necesidades reales de los pacientes, se trabaja
para ofrecer formación y apoyo psicológico a los cuidadores, así como
crear campañas de prevención, trabajando en los factores de riesgo
modificables.
Su prevalencia aumenta con la edad y se estima que afecta a más de 55
millones de personas en el mundo, con una proyección de 78 millones
para 2030, datos compartidos por la Alzheimer’s Disease International.
Factores de riesgo
Entre los factores genéticos, el gen APOE E4 se destaca como un
importante factor de riesgo; otros genes asociados, como los implicados
en la producción de proteínas tau y beta-amiloide, también juegan un
papel crucial en la patogénesis.
Cita que otros factores incluyen la edad avanzada, antecedentes
familiares, obesidad, resistencia a la insulina, dislipidemia (niveles
elevados de colesterol o grasas en la sangre), hipertensión, factores
vasculares, síndrome de Down, lesión cerebral traumática, sedentarismo,
tabaquismo, así como también el bajo nivel de educación y la falta de
estimulación cognitiva.
Patológicamente, el alzhéimer se caracteriza por la acumulación
anormal de dos tipos de proteínas en el cerebro: las placas de
beta-amiloide, las cuales se forman por el depósito de fragmentos de una
proteína llamada beta-amiloide, que interfiere con la comunicación
neuronal y desencadena una respuesta inflamatoria; y los ovillos de tau,
los cuales son acumulaciones de una proteína tau que afecta el
transporte intracelular y contribuye a la muerte neuronal.
La especialista detalla que los síntomas iniciales de la enfermedad,
incluyen pérdida de memoria a corto plazo, confusión, alteración para
realizar actividades de la vida cotidiana, juicio comprometido, cambio
del estado de ánimo e inquietud. Conforme avanza la enfermedad aumenta
la pérdida de memoria (generando problemas para reconocer amigos y
familiares, dificultad con el lenguaje, lectura, escritura y el trabajo
con números), incapacidad para aprender cosas nuevas, delirios y
finalmente no pueden comunicarse de manera afectiva, por lo que dependen
el paciente completamente de los demás para ser cuidado y todo sentido
de sí mismo parece desaparecer.
En la práctica clínica, el diagnóstico se basa en una evaluación que
incluye la historia médica, pruebas neuropsicológicas, estudios de
imagen cerebral (resonancia magnética y tomografía por emisión de
positrones (FDG-PET).
La especialista resalta que, en los últimos años, los avances en
biomarcadores también han mejorado el diagnóstico precoz. Señala que el
análisis del líquido cefalorraquídeo y las pruebas de imagen de PET para
detectar la acumulación de beta-amiloide y tau son herramientas
importantes en la confirmación del diagnóstico.
Tratamiento
Pese a que no existe una cura definitiva, los tratamientos actuales
ofrecen opciones para gestionar los síntomas y ralentizar el progreso de
la enfermedad, permitiendo una mejor calidad de vida para quienes la
padecen.
Entre los medicamentos más utilizados se encuentran los inhibidores
de la colinesterasa, como el Donepezilo, Rivastigmina y Galantamina, que
actúan incrementando los niveles de ciertos neurotransmisores en el
cerebro.
Por otro lado, la Memantina, un modulador del glutamato, es utilizada
para tratar los síntomas en fases moderadas y avanzadas del alzhéimer,
ayudando a proteger las células cerebrales del daño provocado por el
exceso de glutamato. En los últimos años, los avances en la
investigación han impulsado el desarrollo de medicamentos que modifican
el curso de la enfermedad.
Entre estos, destacan los anticuerpos monoclonales, como Donanemab,
Lecanemab y Aducanumab, los cuales están dirigidos específicamente a
reducir las placas de beta-amiloide en el cerebro, una de las
características patológicas del alzhéimer. Estos tratamientos, aunque
todavía en etapas de evaluación y sujetos a controversia, ofrecen
esperanza en la lucha contra el deterioro cognitivo que causa la
enfermedad.
La especialista precisa que el manejo del alzhéimer no se limita sólo
a tratamientos farmacológicos. Un enfoque integral, que incluya apoyo
psicológico y social, es esencial para mejorar el bienestar de los
pacientes y sus familias.
Los cuidadores juegan un papel clave en la gestión diaria de la
enfermedad, proporcionando asistencia con las actividades cotidianas y
apoyando en la toma de decisiones. 
Además, se recomienda la participación en grupos de apoyo, tanto para
pacientes como para familiares, con el fin de compartir experiencias y
estrategias de afrontamiento.
Las intervenciones no farmacológicas también han demostrado ser beneficiosas en el manejo del alzhéimer.
Terapias como la ocupacional y la estimulación cognitiva pueden
mantener o mejorar la función cognitiva y física de los pacientes,
mientras que la modificación del entorno (como la eliminación de
barreras físicas en el hogar) ayuda a reducir riesgos y a fomentar la
independencia.
Estas estrategias buscan preservar la autonomía del paciente y maximizar su capacidad funcional el mayor tiempo posible.
Causas y factores de riesgo
Esta es una enfermedad multifacética cuya causa exacta aún no se comprende completamente.
Hasta ahora la convergencia de factores genéticos, ambientales y de
estilo de vida, desencadenan una cascada fisiopatológica que a lo largo
de décadas, conduce a la patología de la enfermedad.
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Etiquetas: Salud